Artículo por: ERNESTO MÉNDEZ CHIARI
mendezchiari@gmail.com
@elbrunchblog

Esta columna será diferente a mis entregas anteriores. A veces, los mejores viajes son los que nunca planeamos. Este fue uno de esos. El 29 de diciembre, Enrique, amigo panameño de toda la vida y ahora residente en Ámsterdam, me invitó a cenar a Makoto, un restaurante japonés.

Lógicamente, le pregunté quién iría, y me respondió: “Tú sabes que no me gusta que me preguntes eso. Son amigos «de afuera»”. Sin más información, acepté la invitación y salí a cenar con los visitantes de origen misterioso.

Al llegar al restaurante, conocí en el lobby a Sandra, una alemana-francesa que vive en Ámsterdam, y a Ian, su novio, un caballero inglés. Hicimos clic enseguida, y supe que la velada prometía.

La terraza estaba llena de turistas de vacaciones en Panamá, lo que hizo difícil encontrar el grupo. Finalmente, di con la mesa y conocí a Moritz y Nicolas, alemanes de Hamburgo viviendo en Zúrich; a Rachel, inglesa que trabaja con Elton John; y a Carlos, texano viviendo en Nueva York, quien más tarde revelaría que su abuela era de Antón.

La primera orden de nigiris se convirtió en una ronda de martinis y, sin darnos cuenta, la noche nos llevó de bar en bar hasta terminar en un rooftop al amanecer. Al día siguiente, me desperté con un mensaje de cada uno, agradeciendo la experiencia nocturna e invitándome a su viaje a playa Venao para pasar el Año Nuevo.

Al principio rechacé la propuesta. No quería viajar con personas que acababa de conocer ni sumarme a un plan que desconocía. Pero después de mucha insistencia y una deliberación interna, acepté la mañana antes de partir.

A las 11 estábamos Enrique, Sandra, Ian y yo en un carro, empanadas de Quesos Chela en mano, camino a Venao… y yo aún sin saber nada sobre el plan. Nos hospedamos en Casa Samambaia, una villa espectacular incrustada en las montañas con vistas a la playa. Al llegar, nos lanzamos a la piscina y disfrutamos el penúltimo atardecer de 2024. Esa noche caminamos por trechos lodosos y oscuros hasta el centro de Venao, donde visitamos restaurantes y bares vibrantes.

Las noches siguientes fueron una sucesión de fiestas memorables y cenas deliciosas. Después de días de celebración en Venao, el grupo siguió la aventura en Bocas del Toro. Nos quedamos en Casa de Mono, una villa cómoda, apartada del centro, pero cerca de restaurantes y hoteles. Al llegar, me sorprendió la evolución de Isla Colón. La primera noche recorrimos varios bares, mientras parte del grupo hacía un tour de bioluminiscencia.

Al día siguiente, exploramos la isla en ATV, visitamos playas, tomamos un brunch en Ohana y cerramos el día bailando en Bibi’s al atardecer. Zarpamos temprano a recorrer el archipiélago, donde avistamos delfines, almorzamos langosta en el Restaurante Alfonso y visitamos Cayo Zapatilla II, una isla prístina con senderos en la jungla, arena blanca y olas celestes.

Más allá de las fiestas, comidas, traslados y amaneceres, me llevo la experiencia de haber compartido con un grupo de personas que, hace apenas 10 días, eran completos extraños y que hoy llamo amigos. No imaginaba que un simple ‘sí’ a Enrique terminaría en un inicio de año tan épico. A veces, lo mejor que podemos hacer es lanzarnos sin preguntar tanto. Quién sabe qué nos espera al otro lado.